viernes, 19 de junio de 2009

Yo sí sé dónde vive el señor Barrett

En un pequeño cajón de madera color sepia, dentro del mueble que está junto a mi cama.

Todas las noches de lluvia abro el cajón para darle galletitas Oreo y un poco de leche. Algunas veces lo escucho reir, normalmente cuando no cierro bien el cajón y los triángulos - que buscan sostenes para los senos - se asoman para ver cómo esparse tulipanes de papel por el suelo.

Del canto de Schopenhauer


Cuando golpea la puerta con sus patas, significa que quiere salir. Es entonces cuando dejo mi silla, giro la perilla y una vez que está afuera, recorre los jardines o el parque. No temo que alguien la aparte de mí, pues aunque nadie lo desee así, todos tienen una. El día que descubres que ha estado viviendo contigo, que la has alimentado sin siquiera percatarte de ello, te sientes solo y triste. Ella siempre busca algún objeto, y al estar atada a ti, en cierto modo tú deseas lo mismo que ella. El problema es que una vez encontrado lo que se estaba buscando, ella no se siente satisfecha y busca qué buscar, es por eso que siempre se siente vacía y por lo tanto, hace que nosotros sintamos ese vacío también. Todo parece terminar al morir, pues es entonces cuando huye en busca de otro tipo con casa amueblada de dos pisos.

Algo sobre la partida de Rafael


"...y cantarán en las noches de jazmin perfumadas."


Como las hojas de un árbol, que caen motivadas por la brisa. Que se mecen suavemente, llorando, buscando resignación. Brilla aún en ellas la esperanza de que en otoño puedan secarse rodeadas de las hojas con las que tomaron los cálidos vientos primaverales, pero la brisa de octubre ha de separarlas, para que se deshidraten cubiertas con la sombra de extraños árboles, sepultados bajo tímidas hojas húmedas.

Algo sobre la partida de Rafael

Como las hojas de un árbol, que caen motivadas por la brisa. Que se mecen suavemente, llorando, buscando resignación. Brilla aún en ellas la esperanza de que en otoño puedan secarse rodeadas de las hojas con las que tomaron los cálidos vientos primaverales, pero la brisa de octubre ha de separarlas, para que se deshidraten cubiertos con la sombra de extraños árboles, sepultados bajo tímidas hojas húmedas.

Mientras mis letras lloren Lentamente


La madre observa la cama destendida y ordena: Tiende tu cama. El hijo la tiende. La madre examina las sábanas y dice: Lo has hecho mal. Y después ordena: Tiende tu cama. El hijo tiende su cama, esta vez tarda un poco más. La madre examina y comenta: La has vuelto a tender mal. Tiende tu cama. El hijo tiende su cama, la madre examina y dice: La has tendido mal. Y ordena: Tiende tu cama.

Creo que el hijo sabe que nunca podrá tender bien su cama, aunque lo intente una vez tras otra. A no ser que el hijo sí pueda tender adecuadamente una cama, pero por alguna razón que no comprende – o tal vez sí – la tiende mal. Si sabe que nunca podrá tenderla bien aunque lo intente, su vida es algo triste. Pero si por el contrario, tiene la capacidad de tenderla bien, pero comete errores por voluntad propia, habrá triunfado. Una tercera opción: Tiene la capacidad para tender una cama pero no sabe que la tiene, y en algún punto de su vida la descubrirá, y cuando lo haga tal vez la tienda bien, a no ser que entonces decida tenderla mal, pero esta opción es algo ilógica y la dejaré de lado, al menos por un momento, siempre y cuando decida regresar a ella. Lo cierto es que el hijo no tiende la cama bien, o no lo hace cumpliendo los criterios de evaluación de la madre, si es que tiene alguno, y la madre después de examinar dice algo como: “La has tendido mal” y después de algunos segundos: “Tiende tu cama”.

Tender una cama es realmente difícil, el hijo lo hace perpetuamente, por lo que – aunque sea su deseo tenderla una y otra vez – debe estar agotado. Este punto verosímil, tomando en cuenta que no ha consumido algúna clase de alimento ni se ha detenido para dormir. La madre también debe estar cansada, ha estado de pie, esperando a que el hijo tienda satisfactoriamente la cama.

Por otro lado, no tengo algo que sea ajeno a esta escena, que pueda utilizar como parámetro de movimiento o tiempo, por lo que no estoy seguro de saber si el hijo ha pasado algunos años tratando de tender la cama, o si tan sólo han pasado minutos u horas.

Supongo que el hijo cree que morir será la única salvación, pues está muriendo. Tal vez piensa que cuando muera y no halla quien tienda la cama, la madre tendrá que morir también, esto en caso de que sí pueda tender una cama bien, pero fracasa apropósito. Si en cambio, aunque se esfuerza no consigue el triunfo, quizá cuando muera la madre consiga a alguien más para que tienda una cama, o al menos lo intente.

Campo de trigo con Cuervos


Deseaba despertar acompañado por el canto de un ave, que sus dulces melodías retiraran la onírica sábana que me cubre por las noches.

Construí una cajita de madera. Le hice agujeritos para que pudiera respirar el ave que habitara, también le añadí una pequeña puerta de madera.

Me encaminé hacia la montaña, en busca de un animal. No caminé mucho hasta encontrar un nido en el que había aves sin mucho tiempo de haber nacido. Sus padres no estaban ahí, así que tomé a uno de esos pájaros y lo coloqué en la cajita. Todas las mañanas cantaba y me despertaba, tal como lo deseaba. Le colocaba semillas en un platito, y agua en un vasito, le leía hermosos cuentos de hadas para que se adormeciera al escuchar mi voz. El ave se alimentaba bien y las pocas veces que logré verlo por entre los espacios previstos para su respiración, pareció sonreír.

Adapté un pequeño balcón a la ventana de mi cuarto, para sostener ahí la cajita y que el ave sintiera la brisa que nos visitaba desde la pradera. Era la primera vez desde su encierro que veía el cielo, así que lo contempló largo rato, hasta que una parvada cruzó las nubes, fue entonces cuando quiso volar también. En los días siguientes se escucharon golpes dentro de la cajita, el ave trataba de elevarse, pero se golpeaba contra las paredes. Creo que ese fue el instante en el que se decidió por no comer. Aunque todos los días tomaba la bolsita de tela en donde guardaba las semillas para rellenar su platito, éste nunca estaba vacío.

Después de un tiempo su canto se tornó lánguido, hasta desaparecer por completo, fue por eso que decidí liberarlo, pues su razón de estar ahí carecía de sentido. Abrí la puerta de la caja y tomé al ave entre mis dedos, desplegué la persiana y dejé que volara. Al cruzar el umbral de la ventana me pareció que lloraba, pero un poco más adelante y a causa de su desnutrición, no pudo sostener el vuelo y cayó sobre un lago de escoria. Pudo ver aún cómo los cuervos devoraban su hígado y limpiaban la sangre en sus plumas de bellos tonos amarillos. El ave calló entonando ese dulce canto de eternidad y muerte.

El baño


Nadie está aquí.

Somos tres, uno sentado al borde de la cama, otro acostado en el suelo y yo. Comentarios pueriles y estúpidos. Alguien se levanta del suelo y camina hacia mí, no vi cuando entró.

- ¿Me prestas tu baño?
- No, siempre te lo robas

Sería más fácil si tuviera esquizofrenia, así al menos se sentiría un poco real